La película que cambió la forma en la que entiendo el cine moderno.
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Se ha dicho mucho sobre esta película. Sobre su maestría en el guión, sobre la perfección de la imagen y el diseño, la composición, el uso de luz y hasta el humor. Yo quiero hablar de su ritmo. Hay algo en esta película que la hace sentir profundamente atemporal para mí. Es fácil de seguir; fácil de quedar atrapado y perderse en su mundo. Pero al mismo tiempo, nunca te invita a desconectar. Siempre está pidiendo al espectador que preste atención, que esté atento a detalles, que piense un poco más allá. Es armoniosa, pero nunca aburrida. Es disparatada, desafiante, pero nunca estrafalaria. Es inteligente, pero terrenal.
A mi me gusta este plano en particular porque es un espejo; una resignificación del primer plano de la película. Una ventana que nos invita a ver el mundo con otros ojos.
Mucho ha sucedido desde el primer plano de la película que muestra la misma ventana y las mismas medias colgadas a la izquierda. Pero entonces era de día, y ahora es de noche. Los ojos esperanzados e inocentes que miraban a través de esa ventana ya no son más. Ha caído la noche, el mundo es un lugar más oscuro y complejo que antes. Pero no deja de haber luz: los faroles en el centro de la imagen que representan la perseverancia de la esperanza -esperanza que mantiene el protagonista en su deseo por liberar a su padre- a pesar de todo.
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